- Buenos días, doctor.
- Buenos días. Melanie Roberts, ¿verdad?
Melanie
sacude la cabeza a modo de afirmación y se sienta en uno de esos sillones tan cómodos
de cuero negro que tienen los psicólogos privados.
-Tiene una casa muy acogedora- dice ella para romper el hielo.
-Gracias- dice secamente el doctor- ¿Cuál es su problema?
-Mmmm… Mi marido- y calla.
El psicólogo espera, pero no parece que Melanie esté dispuesta
a añadir nada más.
-Vale, ¿le importaría contarme el problema con su marido?
-No
sé. Ya no sentimos lo mismo, hemos… ¿Cómo decírselo?- se detiene pensativa-
Hemos
perdido la pasión.
-Vale- asiente el doctor anotando algo en su libreta.
- Cuando
llega a casa después del trabajo, sólo pide la comida y se pasa la tarde viendo
el telediario.-insiste ella- Nunca me dedica una buena cara. Yo trabajo, hago
la comida, limpio la casa… ¡Me merezco algo a cambio!- se le quiebra la voz.
-Está
la opción del divorcio- dice el psicólogo ajeno a la lágrima que corre por la
mejilla de la joven.
-Pero yo le quiero. Ayer me trajo unos bombones… Y no sé cómo tomármelo
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-¿Ian? ¡Cuánto tiempo!
-¿James? ¡Hola! ¿Cómo te va la vida? ¿Sigues en el taller?
-Sí, nada nuevo- responde James- ¿Y tú en tu consulta?
-Los
pacientes con los típicos problemas, nada importante. Aunque hoy ha venido una
joven con problemas matrimoniales- explica Ian, apenado.
-Pobre
mujer… ¡Qué suerte que yo esté tan felizmente casado!- y ríe.- El otro día la
llevé un detallito. Unas flores y algo más, nada importante.- Sonríe y siguen
conversando animadamente.
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-Disculpe doctor, ¿es ya la hora?
-Sí,
adelante. Ya la cuarta sesión, ¿no?- Melanie entra en la consulta asintiendo.
El psicólogo abre y ojea su libreta. -Suponiendo que me lo haya contado todo,-
comienza- tengo una pregunta, ¿su marido la…- Intenta encontrar la palabra
adecuada- maltrata?
Unas
lágrimas comienzan a rodar por su cara. Melanie se aparta el flequillo y le
enseña una magulladura; se remanga la americana y le enseña otro moratón.
-¡Oh!- exclama el doctor.
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¡Ring Ring! ¡Ring Ring!
-¿Diga?
-¿Ian? Soy James. ¿Esta tarde estás ocupado?
-A partir de las siete no tengo nada que hacer
-¿Y te hacen unas pintas en el Irish Corner?
-Perfecto, allí nos vemos.
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-¡Buenas tardes, campeón!
-¡James!- sonríen- ¿Qué tal? ¿En la barra o en la terraza?
-Fuera, que hoy hace buen tiempo.
-Voy a pedirlo, ¿con o sin?
-Sin, que luego me toca conducir.
Ian se aleja mientras James busca una mesa y se sienta.
-¿James?- éste se gira- ¡Cariño! ¿Cómo tu por aquí?
-Mel,
mi amor.-la besa- Nada, aquí tomando algo con un viejo amigo. ¡Mira! Por ahí
viene.
Melanie de repente te pone pálida y deja caer el bolso que
tiene entre las manos.
-¿Pasa algo?- pregunta James, inquieto.
Ian
se acerca despreocupado, deja una cerveza en la mesa y mira a la mujer que está
de pie junto a su amigo. Casi tira la otra pinta que aún tenía en la mano al
reconocer a la joven. Se la queda mirando, paralizado.
Melanie
rompe a llorar e intenta alejarse, pero James la coge de la muñeca y tira de
ella fuertemente para acercarla.
-¿Qué está pasando aquí? ¡Qué alguien me lo diga ahora mismo!
-James, yo…- Comienza Melanie. No consigue terminar, pues James
le cruza la cara de una
bofetada.
-¿¡Qué
haces!? ¡No la toques!- Ian se llena de coraje y le da un puñetazo en la nariz
que lo tira al suelo y lo deja paralizado tres segundos; los justos para que la
Policía llegue y le coja.
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Han
pasado ya cuatro años. Melanie y Ian denunciaron a James y éste terminó en la cárcel.
La
mujer se ha cambiado de ciudad y ha comenzado una nueva vida: nueva casa, nuevo
trabajo, nuevos amigos…
Ian sigue en su consulta, ayudando a gente que lo necesita.
Cristina Infantes Rodríguez
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