jueves, 15 de septiembre de 2011

REVISTA ESBOZOS


Se trata de un proyecto del profesor  de filosofía, Juan PedroViñuela, que ejerce su labor en el
El IES Melendez Valdés  en Villafranca de los Barros, Badajoz. Los artículos, muchos de ellos de alumnos, cubren distintos temas (filosofía, ciencia, política, educación,....) y dan buen ejemplo de lo qué es posible hacer cuando hay ganas e ilusión. De verdad que merece la pena.

lunes, 12 de septiembre de 2011

RELATOS PREMIADOS DEL DEP. DE LENGUA Y LITERATURA


El parásito

                                                                                     Pablo Villalobos (1º ESO)

Vanesa Panic nunca fue demasiado valiente. Así que cuando la nave aterrizó en el espaciopuerto de aquel perdido planeta, comenzó a temblar de miedo. El capitán de la expedición, además, sentía una mal disimulada antipatía hacia la mayoría de los tripulantes.
Los habían mandado a ese planeta, porque hacía unos días se había perdido la comunicación con el grupo de científicos que investigaban cerca de aquella ciudad. Como ésta aún estaba en construcción, los pocos encargados de proteger la colonia no eran suficientes para mandar su propia expedición.
Vanesa era la mejor desactivando barreras informáticas de todo el servicio de inteligencia galáctico, así que quién mejor que ella para desbloquear los sistemas de seguridad del centro de investigación.
-¡Daos prisa, tenemos que tener todo listo en dos horas!- tronó el capitán.
Vanesa estaba a punto de ir a hablar con éste cuando llegó un funcionario del gobierno de la colonia. Se acercó para escuchar lo que decía.
-Capitán, no tengo mucho tiempo así que le diré todo lo que sabemos. Los investigadores pidieron ayuda militar “para prevenir posibles accidentes”, según dijeron poco antes de perder la comunicación, así que nos tememos lo peor…-
Vanesa no escuchó más, ya que en ese momento terminaron de descargar el equipaje y fueron al campamento para descansar del viaje.
Al día siguiente, partieron hacia el centro de investigación en una nave de desembarco.
-No podré llevarles hasta el edificio, porque tiene un campo electromagnético alrededor que inutiliza los vehículos- les dijo el piloto.
-No importa, déjenos lo más cerca posible e iremos andando-contestó el capitán.
La idea de tener que caminar por la jungla de aquel planeta casi totalmente salvaje hizo que los cincuenta miembros de la expedición temblaran de miedo.
La nave aterrizó en un claro, y rápidamente cuarenta personas salieron de ella con las armas apuntando a la maleza. Después salieron el capitán, Vanesa y los médicos, científicos e ingenieros de la expedición. La nave despegó y se fue volando.
-Quedan cuatro kilómetros para llegar a nuestro destino, así que vamos allá- dijo el capitán.
La marcha no tuvo incidencias, salvo algún movimiento entre los árboles. De repente, al llegar a la cima de una pequeña colina, vieron el edificio, alrededor del cual se veía una fina línea blanca. Se acercaron a una gran caja metálica con una pantalla que estaba justo en el borde de la línea.
-Es un campo de energía, pero no es uno cualquiera. Es de contención: se puede entrar, pero no salir- dijo Vanesa mirando la pantalla- los investigadores no querían que algo escapara-
-Desactívalo- ordenó el capitán.
-Ya está- contestó Vanesa tras pulsar unos botones.
La línea brillante se desvaneció y, cuando se acercaban al edificio con las armas listas para disparar, apareció un extraño ser de color verde oscuro parecido a un humano que se abalanzó sobre ellos con un grito. Alzaron las armas y dispararon, pero el rayo de partículas apenas le hizo una quemadura. Tras más de diez disparos por cada arma, el ser cayó al suelo, medio desintegrado.
-¿Qué es eso?- preguntó Vanesa.
-No lo sé, pero es casi inmune a nuestras armas atómicas- contestó el capitán.
Dejaron a diez hombres vigilando la entrada y empezaron a inspeccionar el edificio.
-Hay que llegar a la sala de control, allí habrá un plano de las habitaciones- susurró el capitán.
Oyeron un ruido y se metieron en una habitación grande para esconderse. Estaba llena de mesas con probetas y ordenadores y había un armario metálico con una placa llena de números. Vanesa lo abrió con facilidad y se le heló la sangre al ver lo que había dentro: una cabeza nuclear de tipo CB 46. La radiación que emite aniquila toda forma de vida. Sólo se usaban cuando había riesgo de una epidemia de algún virus muy peligroso. Pero, en caso de que hubiera riesgo biológico, ¿por qué no la detonaron?
Tras matar a otros tres seres verdes que causaron la muerte de cinco personas, llegaron por fin a la sala de control. En ella estaba el cadáver de un científico, lleno de bultos de color verde. Tenía el detonador de la bomba en la mano. Vanesa lo cogió y se lo guardó en el bolsillo cuidadosamente.
-Abre el plano y desconecta los sistemas de seguridad- ordenó el capitán a Vanesa, acercándose a los botones y pantallas.
Estaba en ello, cuando el cadáver empezó a levantarse, ahora totalmente hinchado y de color verde. Cogió por sorpresa a los que estaban vigilando y los mató a todos lanzándolos contra la pared. Golpeó el panel de control y Vanesa salió despedida por la explosión. Cayó sobre algo duro y lo cogió mientras los demás disparaban al cadáver. Era una placa de datos. Cuando acabaron con el cadáver, abrió su contenido y una pantalla holográfica se alzó ante ella: el diario de los investigadores.
Al parecer habían estado estudiando un parásito que atacaba a las personas inutilizando su sistema nervioso y haciéndolas matar todo lo que había a su alrededor y endureciendo la piel hasta hacer al huésped casi invencible. Descubrieron la vacuna pero al aplicarla el parásito escapó, infectándolos a todos. El último investigador se había encerrado en aquella sala y había escrito la última parte del diario antes de morir.
Vanesa se lo explicó todo al capitán y a los restantes dieciséis hombres supervivientes.
-Eso explica por qué no detonaron la bomba. No querían destruir la vacuna porque pensaban que alguien la conseguiría- dijo Vanesa.
-Bien, entonces cojámosla, detonemos la bomba y larguémonos de aquí- contestó el capitán.
Vanesa desactivó el campo electromagnético y fueron a la sala donde guardaban la vacuna sin problemas. Subieron al tejado y contactaron por radio con la ciudad pidiendo una nave de rescate.
Pero no iba a ser tan fácil. De repente aparecieron seis de los hombres que habían dejado en la entrada, verdes e hinchados. Vanesa gritó, alzó su rifle de rayos atómicos y disparó. Los cuerpos apenas se inmutaron. Los hombres que quedaban lanzaron granadas de plasma que se pegaron a la cabeza de los cuerpos infectados, reventándolas.
La nave llegó y las doce personas que quedaban subieron a ella. Mientras volaba de regreso a la ciudad, Vanesa vio a cuatro personas infectadas del parásito corriendo detrás de la nave. Se lo dijo al capitán.
-Si llegan a la ciudad morirán millones de personas-
-Detona la bomba- contestó el capitán, impasible.
Vanesa apretó el botón, cerrando los ojos y deseando estar suficientemente lejos. Se oyó un ruido que casi le revienta los tímpanos y después la nave dio unas sacudidas y cayó en picado. El impulso electromagnético había hecho fallar todos los sistemas eléctricos haciendo estrellarse a la nave, de la que salieron el piloto, Vanesa, el capitán y otros cinco supervivientes.
-Estamos a unos diez kilómetros de la explosión, y a unos tres de la ciudad- dijo el piloto.
-Afortunadamente, la onda expansiva sólo alcanza ocho kilómetros y la radiación tardará cuatro horas en llegar aquí- contestó Vanesa.
Llegaron a la ciudad y, tras enviar la vacuna a la capital de la galaxia para examinarla, sembraron los alrededores del centro de investigación de cabezas nucleares para matar cualquier resto del parásito. Esa zona fue determinada como zona de exclusión por riesgo biológico y radiactivo y se colocaron vallas electrificadas en quinientos kilómetros a la redonda.
Y nada volvió vivo volvió a crecer allí hasta después de mucho tiempo.


RELATOS PREMIADOS DEL DEP. DE LENGUA Y LITERATURA


LA MUJER DEL PUENTE

Elena Labrador (1º A ESO)

Aquella figura atravesando el puente captó toda su atención, eran apenas cuatro pinceladas esbozando una silueta femenina. No conocía aquel cuadro, ni siquiera había visitado antes el museo pero en el instante en el que entró en la sala, la pintura lo atrapó, estaba seguro; él conocía a aquella mujer.

Aunque en la sala de arte no se podían hacer fotos, decidió hacer una a escondidas. Siguió visitando el museo, pero aquella imagen no dejaba de rondarle por la cabeza. Cuando terminó la visita, volvió a casa. Estuvo toda la noche en vela. Decidió ir por la mañana al museo para preguntar quién había pintado aquel cuadro.

El nombre del pintor era un tal Jason Baner. Cuando llegó a casa se conectó a Internet e investigó sobre aquel pintor. Vivía en la ciudad, no muy lejos de allí, en un barrio próximo al suyo. No era un pintor muy conocido, hacía años que no se sabía nada de él. Vivía en Train Street, en el número 17.

Decidió ir a visitarlo. La casa no era muy grande. Tenía un pequeño jardín, no muy cuidado y la fachada estaba llena de enredaderas. En la entrada del jardín había un buzón con el nombre de Jason Baner. No parecía una casa muy acogedora. La puerta del jardín estaba abierta, así que entró. Llamó al timbre y oyó unos pasos pesados y al abrirse la puerta se encontró con un hombre mayor y con el ceño fruncido delante suya.

El hombre se quedo esperando con cara de pocos amigos, por lo que no tardó en identificarse. El hombre también se presentó como Jasón Baner. No parecía estar muy atento a lo que le decía hasta que oyó nombrar aquel cuadro. Su cara cambió y le invitó a entrar en la casa.

La casa tenía un estilo antiguo, pero era confortable. Se sentaron en el salón y empezaron a hablar. El pintor le contó que él había visto a aquella mujer corriendo por el puente, hacía más de treinta años. Parecía que la estaban persiguiendo y gritaba pidiendo ayuda. El pintor intentó ayudarla pero antes de poder llegar hasta ella la perdió de vista. Nunca lo había olvidado y había hecho un cuadro sobre aquella mujer.

Él le contó que aquella mujer le resultaba familiar pero no conseguía recordar quién era. El pintor le preguntó si no tenía o había tenido nadie en su familia con algún parecido a ella. Entonces, pensó en su madre que había desaparecido pocos meses después de nacer él. ¿Y si fuera su madre el personaje del cuadro? ¿Por qué estaba siendo perseguida ? ¿Por quién? ¿Había sido asesinada? Todas esas preguntas le vinieron de golpe pero se arrepintió de haberlo pensado.

Se despidió del pintor y le dijo que había sido una tontería suya el venir a verle y que no tenía mayor importancia. Le pidió disculpas por las molestias y volvió a su casa.

Pero cada día que pasaba, intuía que esos pensamientos se acercaban cada vez más a la realidad. Había sido adoptado con pocos meses, después de haber sido encontrado y acogido en un orfanato. Le habían encontrado con dos meses, el 17 de marzo de 1968. Habían pasado 30 años desde aquel día. El pintor le había facilitado las mismas fechas; los datos encajaban. Buscó en los periódicos de aquel año, para ver si encontraba alguna noticia relacionada. La encontró; hablaban de una mujer desaparecida esa misma fecha.

Fue a la policía para averiguar si tenían en los registros el nombre de la mujer desaparecida el 17 de marzo de 1968. En efecto, había sido hallado el cuerpo de Vanesa Tyler unos pocos días después de su desaparición en las inmediaciones del puente. No habían podido averiguar quién la había matado y habían dejado el caso abierto.

Este descubrimiento le impactó tanto que el policía que le atendía le preguntó  si se encontraba bien. Su madre se llamaba Vanesa Tyler, claro, él tenía el nombre porque lo habían dejado anotado cuando le abandonaron con su fecha de nacimiento y también, tenía una fotografía algo borrosa de un bebé con su madre, que le habían entregado cuando se había ido del orfanato . Acababa de descubrir que habían asesinado a su madre. ¿Pero por qué había sido asesinada?

Entonces, él aclaró que era su hijo para que le pudieran dar la mayor información posible. Buscaron en los archivos y le dieron un papel que habían encontrado en el bolsillo de Vanesa Tyler.

En el papel algo borrado por el paso del tiempo decía: “NECESITO AYUDA, LA CIA ME PERSIGUE”. ¡Qué sorpresa! Entonces su madre estaba relacionada con la CIA, lo que explicaba por qué el caso no había sido resuelto.

Investigó sobre la CIA en Internet. En aquella época, varios asesinatos  habían sido relacionado con la CIA en esas fechas. Necesita averiguar que había pasado con su madre.

Fue al Registro Civil para pedir información. Le dijeron que  su madre había fallecido con 32 años. Vivía en Central Street, número 25.

Se dirigió entonces a esa dirección y se encontró con una casa abandonada. La puerta estaba entre-abierta y pudo entrar sin ningún problema. La casa no era muy grande, tenía un salón con cocina, un baño y una habitación. Empezó a buscar en el dormitorio entre un amasijo de papeles algo que le pudiera resultar útil para investigar sobre el asesinato de su madre. Encontró el diario. Empezó a leerlo por las últimas páginas.  Decía que había cometido un gran error, había pasado información valiosa en una equivocación al otro bando. La CIA al descubrirlo la estaba persiguiendo y la querían matar. Estas eran las últimas palabras de su madre en el diario...




RELATOS PREMIADOS DEL DEP. DE LENGUA Y LITERATURA


LA ESPERA
                                                                                                         
                                                                                                                                                         Román García Valenciano (4º A)

Odiaba los aeropuertos, quizá por todas las horas baldías que tenía que pasar en ellos. La marea humana de toda aquella gente sin nombre me aturdía. Demasiados rostros, demasiadas esperas, demasiada soledad. Distraído, miré la pantalla, el anuncio del retraso de mi vuelo seguía parpadeando insistentemente. La verdad es que no me importaba mucho pues no tenía nada que hacer un sábado por la mañana, bueno, la verdad es que cualquier día a cualquier hora no tendría que hacer nada excepto trabajar y como por la defunción de mi hermano me habían dado el día libre para poder ir al entierro pues no tenía nada que hacer. Además tampoco estaría en un sitio muy diferente al que estaba si estuviera trabajando, básicamente igual pero a seiscientos kilómetros de distancia. 

Y aunque nadie me esperaba, lo cierto es que habría preferido ni desplazarme hasta Barcelona para ir a un entierro de un difunto con el que llevaba sin tener relación bastantes años, al que había ido gente que yo nunca había visto antes. Pero lo hice por mi madre, para no darle otro disgusto ni se sintiera mal por mi culpa. Tomé el primer vuelo en la primera línea de bajo coste que encontré en Internet y apenas sin darme cuenta me había plantado allí. Y también apenas sin darme cuenta estaba sentado en uno de esos bancos de los aeropuertos rodeado de gente que parecía muy feliz esperando a que saliera el maldito avión que tenía que tomar para regresar a Madrid.

A mi derecha estaba un grupo de unos treinta estudiantes. No paraban de reír, de hablar, de gritar. Tendrían unos catorce o quince años. Comían gran cantidad de golosinas, de dulces, bebían coca-colas y demás refrescos. Unos cuantos estaban sentados en el suelo formando un corro. Tenían las maletas cerca de ellos y todo el suelo lleno de bolsas. Por lo que hablaban pude deducir que eran recuerdos y ropa que se habían comprado. Yo estaba muy tranquilo escuchándolos, todo lo tranquilo que puede estar uno cuando el vuelo lleva una hora de retraso. De vez en cuando me reía y todo con las cosas que hablaban. Pero empezaron a sacar todos los artículos y a presumir de todo lo que se habían comprado, llevaban las bolsas porque no les cabían en la maleta y yo empecé a ponerme nervioso, a cabrearme. No era envidia, era un sentimiento un poco extraño que no puedo explicar. Yo les miraba y después miraba mi sucia chaqueta de traje tirada a mi lado.

Miré mi viejo reloj y comprobé que habían pasado quince minutos más. Ahora ya sí que estaba desesperado. Me estaba agobiando así que desabroché el botón superior de mi camisa.
De pronto noté un olor demasiado intenso a colonia. A mi izquierda se había sentado un matrimonio de unos setenta años. El olor venía de la mujer, ataviada con un abrigo de piel, numerosos collares y pulseras y un gran bolso con el broche dorado.
Harto de la situación decidí ir a tomarme un café a una pequeña cafetería a escasos quince metros de la puerta de embarque. Cogí mi sucia chaqueta, atravesé como pude las bolsas del grupo de estudiantes y llegué a la cafetería. Parecía acogedora para estar en un aeropuerto. Me senté en uno de los pocos taburetes que había libres en la barra. Rápidamente una amable joven de unos veinte años se acercó a preguntarme qué quería. Le pedí un café solo y me quedé mirando la televisión. Estaban las noticias. Al parecer había tenido lugar un accidente en Cáceres y habían muerto seis personas. Estaba atento escuchando al reportero que estaba en el lugar del accidente cuando la camarera me trajo el café. Apenas me di cuenta, me olvidé por un momento de dónde estaba, hasta que pasaron a otra noticia y volví a la realidad. Me bebí de un trago el café y miré por el cristal hacia la puerta de embarque. Aquello seguía igual que antes y como vi que en el asiento que yo había ocupado ahora se sentaba un hombre decidí quedarme en la cafetería. Llamé a la camarera y le pedí otro café solo, seguí viendo las noticias pero esta vez cuando regresó la camarera sí me di cuenta y le di las gracias. Cuando me acabé el café decidí volver a la puerta de embarque, llamé a la camarera y le pedí la cuenta. Saqué la cartera, pagué y salí de la cafetería.
Me volví a sentar en uno de los asientos. En frente tenía a una familia, el padre de unos treinta y pico años jugaba con un niño de apenas tres o cuatro y la madre hablaba por el móvil. Hablaba con su madre, pude saber que habían estado en Barcelona una semana de vacaciones en un hotel y llamaba a su madre para decirle que no les esperaran a comer porque todavía no habían embarcado. Al oír a la mujer recordé cual era mi situación: volvía a Madrid después del entierro de mi hermano y el avión llevaba más de una hora y media de retraso.
Pensé yo también en llamar a alguien no para decirle que no me esperara sino para proponerle cenar juntos y por lo menos hacer algo que me hiciera olvidar de lo bien que lo estaba pasando este día. Saqué mi móvil y busqué en la agenda a ver si veía algún nombre que me convenciera. Pensé en llamar a mi amigo Pedro pero tras pensarlo dos veces decidí que no ya que estaría con su familia y le pondría en un compromiso. Seguí bajando en la agenda del móvil y vi “Laura”, era mi hermana, ella había decidido no ir al entierro ya que, al igual que yo, llevaba muchos años sin hablarse con nuestro hermano. Llevaba como una semana sin hablar con ella y me pareció buena idea llamarla. La llamé y tras unos segundos de espera escuché su voz, le propuse mi plan y como ella no tenía nada mejor que hacer aceptó y acordamos que iría a su casa, cenaríamos cualquier cosa y nos contaríamos nuestras novedades. Tras un par de minutos de conversación nos despedimos y colgué. Guardé mi móvil y advertí que el niño que estaba con sus padres en los asientos frente a mí se me había quedado mirando mientras hablaba por el móvil. Me quedé mirándole y como no sabía qué hacer me levanté y fui a estirar las piernas. Miré de nuevo el panel donde se anunciaba mi vuelo y vi que seguía poniendo retrasado.
Desesperado fui otra vez a sentarme cuando anunciaron por megafonía que mi vuelo saldría en cinco minutos. Se dibujó una sonrisa en mi cara y me dirigí hacia la puerta de embarque. Ya se estaba formando una larga cola de estudiantes, familias, matrimonios de jubilados y demás personas.
Me puse a la cola y para mi satisfacción no era el último, había otras veinte personas detrás de mí.
Pasaron los cinco minutos y salieron unas azafatas que abrieron la puerta y se pusieron delante de ella. La cola iba avanzando lentamente. Al final llegué a la puerta le di mi billete a una de las azafatas, que me saludó con una sonrisa en la boca, me lo devolvió y atravesé al fin la puerta de embarque. Pasé por el largo pasillo hasta que llegué a la puerta del avión, busqué mi asiento, me senté y esperé a que despegásemos.