Sé que lo que voy a contar a continuación
es absurdo, que no tiene lógica, que ustedes van a pensar que estoy
loca, pero todo sucedió tal y como yo lo recuerdo y les paso a
narrar.
Vivía en uno de los países más pobres de la Tierra
y la vida para ella consistía en lo mismo día tras día. La única
escapatoria eran los sueños, donde podía explorar al antojo de la
mente. Inventaba a unos seres que estaban
entrenados para imaginarse cosas por el día y enseñarlas mientras
dormíamos, mientras el cerebro podía tener un poco menos de trabajo.
De ese modo el cerebro podría apreciar un poco más su esfuerzo.
Le gustaba soñar, era reconfortante. Por suerte
o por desgracia siempre recordaba lo que esos supuestos pequeños seres
le enseñaban por las noches. El poder soñar y recordarlo aportaba,
aunque no lo parezca, algo de acción en su vida a la que consideraba
monótona y aburrida. Las únicas novedades comenzaban cuando venían
al pueblo esas personas que les daban alimentos y sonrisas. Ellos les
contaban cosas de fuera y les enseñaban.
Estando con aquellas personas, alguna vez había
escuchado que a menudo las personas de otros lugares del mundo adoptaban
a gente de allí y se la llevaban donde ellos mismos vivían. Se suponía
que eso era bueno, así que la gente se ponía feliz cuando llegaban
y hablaban de cómo sería.
Su madre le contó lo que podía significar
el que le escogieran para irse con ellos. No estaba segura de tener
que dejar a su madre, sus hermanos, su casa… ella logró convencerla
de que sería una buena idea, así que cuando recibió la noticia se
alegró. Por lo menos eso intentó hacer.
Se imaginó que el lugar al que la llevarían
sería igual que el campamento. Aunque la gente que volvía decía que
no se parecía. Decían que había muchísima gente, que había casas
altas, que todo era de un color diferente al rojo de la arena, que había
muchas luces; que había agua, mucha agua; montañas.
Así que empezó a imaginar todas las posibilidades
que le podían esperar. En realidad, empezó a soñar con ellas:
Era un mundo extraño pero maravilloso. A su izquierda
había una cascada. Estaba dada la vuelta. Los peces que deberían caer
desde la tierra cascada abajo, bajaban de las profundidades del cielo
y seguían el curso del río.
Sabía lo que era ese sitio, estaba en sus sueños.
Alguna noche soñó con una fugaz imagen de algo así. Era el final
de un lado del mundo y el principio de otro extremo del mismo. Allí
los peces que bajaban de la cascada aparecían en los ríos que nosotros
conocemos. Después simplemente llegaban al mar y en su viaje iban evolucionando
hasta convertirse en los grandes animales que nosotros reconocemos como
ballenas, delfines, tiburones… todos ellos alguna vez fueron pequeños
peces que bajaron la cascada.
Cuando las especies se extinguían no siempre era
por culpa de los seres humanos, normalmente lo que ocurría era que
un grupo de amigas y amigos que se cansaban de ser una determinada especie
decidían irse por el horizonte del mar, decidían cambiar. Desaparecían
por esa línea en la que nunca estamos del todo, la misma que siempre
vemos como un horizonte inalcanzable (para nosotros).
Sí, era eso lo que ocurría.
A las orillas del río había muchas plantas de todos
los colores, tamaños, formas… todo el territorio que la vista
podía llegar a alcanzar estaba completamente poblado de vegetación.
Después todo cambió y apareció en medio
de un iceberg de hielo. Era como un polo norte, pero la sensación no
fue de frío. Era agradable. A su alrededor había un océano con pequeños
trozos de hielo flotando. Dio la vuelta alrededor del iceberg y cuando
llegó al otro lado de éste, pudo divisar tierra. En ella había
lobos y osos polares, había también un pequeño árbol. Esa isla
grande o pequeña, (no podía adivinar cuáles serían sus dimensiones)
tenía acantilados y desfiladeros en los que se posaban aves parecidas
a gaviotas. Era todo un ecosistema lo que tenía ante sus ojos.
Miró a su derecha y vio un barco avanzando
hacia ella con hambre de hielo. Se acercaba. Cuando chocó la proa
del barco contra el iceberg, a unos pocos centímetros de su posición,
vino una ráfaga de viento que la trasladó a la isla. Le pareció
totalmente normal que el viento pudiera con ella.
Los animales que había en la isla de hielo fueron
hacia ella, como si les hubiese llamado. Descubrió que no sólo
eran lobos, osos y aves. Había peces de los que no se había percatado
hasta entonces moviéndose debajo del suelo congelado; había también
caballos, de esos que son de un tamaño medianamente pequeño; también
aparecieron pingüinos y del agua saltaron leones marinos y focas. Había
también leones y leonas, jirafas, gatos, y en el agua saltaban delfines.
Sabía qué animales eran; las gentes que venían
a contarles lo del intercambio y a enseñarles les mostraron cómo eran,
pero nunca imaginó que le atraería tanto el estar con ellos.
Cuando se acercaron los lobos les acarició y le asombró
aquel pelo tan suave. Probó a tocar la crin de los ponis y era
diferente al pelo de los perros, descubrió las texturas de cada
animal: de los pingüinos, de los leones marinos, de la melena de los
reyes de la selva. Entonces entendió que ellos serían una motivación
para conocer mejor el mundo y lo que contiene.
Me desperté emocionada de las expectativas
que mi mente había creado para mí. Tenía que hacerlo, iba a hacerlo.
Me iría con esa gente a descubrir qué hay más allá de
mi horizonte, de esa línea roja que yo hasta entonces no podría alcanzar.
Y después, unos años más tarde, si me llegaba a gustar ese mundo
paralelo al mío; entonces, saldría a conocer mundo. Todo el mundo.
Ana Abad Fernández
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