lunes, 25 de junio de 2012

PREMIOS CONCURSO DE RELATOS DEL DEP. DE LENGUA Y LITERATURA 2012.


Grave error



Cuando me desperté, sentí una inquietante presencia en mí habitación.¨Imposible¨, me dije, ¨ si vivo solo ¨. Sin embargo, había algo o alguien que me miraba en la sombra.

Me moví cuidadosamente entre las sábanas para que no me viera moverme y encender la luz para descubrir al intruso. Palpé la pared hasta que encontré el interruptor de la luz, lo presioné y al encenderse las luces vi que era un perro que se habría colado por la ventana, lo cual era fácil puesto que por trabajo, vivía en las favelas de Río de Janeiro. Mi nombre es José Juan, y era profesor de español en Brasil. Di de comer a Juan (el perro intruso). Lo llamé así porque después de darle de comer se encariñó mucho conmigo, por lo que decidí adoptarlo y como no sabía si tenía nombre, le puse el mío. Dejé a Juan en casa mientras que yo estuviera fuera.

Iba bajando por la calle cuando vi que dos hombres trajeados me miraban fijamente lo que me hizo sentir incómodo. Decidí acelerar el ritmo de la marcha.

Tenía dos posibilidades, girar a derecha o a izquierda. Siempre usaba la derecha porque se tardaba menos en llegar al colegio y como supuse que habrían vigilado mis movimientos giré a la izquierda. Tenía razón, solo tenía una milésima de segundo antes de torcer para ver que en la calle que había a la derecha había otros cuatro hombres sospechosos que no me gustaban. A pesar de que el barrio en el que estaba era muy pobre y se acostumbraba a ver hombres como ellos. Intenté disimular mirando el reloj y haciendo que llegaba tarde para salir corriendo. Recé para que al echar a correr esos hombres no me persiguieran y no podía arriesgarme a mirar atrás. Iba tan precipitadamente que me equivoqué de camino y acabé en una plaza de mercado sin salida.

Me di la vuelta y vi como cuatro hombres taponaban la única entrada y salida de la plaza y cómo un hombre vestido de traje blanco de aspecto elegante y seguramente muy caro, llevando sombrero a juego y bastón con un diamante en la empuñadora, se me acercaba. No tenía ninguna gana de relacionarme con aquel tipo, así que decidí ocultarme con los lugareños y ganar tiempo para pensar cómo escapar de allí. El hombre de blanco dio la orden de que me buscaran por lo que decidí subirme al puesto de un vendedor y saltar al tejado de una de las favelas y huir por los tejados. Corrí y salté de favela en favela hacia abajo para llegar a la comisaría de policía. Me di la vuelta y vi como esos hombres trajeados me disparaban con fusiles de asalto. Aceleré la carrera por los tejados intentando no perder de vista a mis perseguidores, por lo que tropecé y al caer de golpe, el tejado en el que estaba cedió y caí sobre la cocina de una favela en la que había una anciana cocinando con dos niños. Al verme el brazo ensangrentado por la herida producida al caer sobre una silla me desmayé, puesto que la visión de la sangre es algo que nunca he podido soportar.

Desperté en un lugar sucio, mal iluminado, destrozado, con grandes tuberías por las paredes y ratas trepando por ellas. Estaba sentado atado a una silla de madera bastante robusta. Entonces me di cuenta que delante de mi, en la penumbra estaba el hombre de blanco que vi en el mercado. Se mostraba muy enfadado o al menos eso aparentaba. Se me acercó y me preguntó con un tono de voz poco amigable dónde estaban los documentos. “¿Que documentos? “le dije. ¡Yo no sabía a qué se refería! El desconocido empezó entonces a pegarme hasta que le dijera lo que quería,  así que le mentí y le dije que los documentos estaban enterrados justo debajo de la puerta del baño sur de la cárcel de Guantánamo, en Estados Unidos, añadiendo que ese lugar era seguro, que allí no miraría nadie, con la esperanza de que me creyese y así me dejara de golpear y se alejara de mi lo más posible.

Me sonrió con una sonrisa gélida y tras asentir sin convicción alguna me amenazó con electrocutarme para que le dijera la verdad. El desconocido salió de la habitación para llamar a sus ayudantes. Me puse a gritar con todas mis fuerzas y a intentar desesperadamente librarme de mis ataduras. En ese momento descubrí que estaba sentado en una vieja silla eléctrica y que todo tocaba a su fin. Cuando ya creí que todo estaba perdido apareció Juan junto a uno de los niños a los que había destrozado la casa con mi caída y me desató. Salimos corriendo por el pasillo, cuando comenzamos a oír el ruido de los pasos de los ayudantes del hombre de blanco que venían corriendo a por nosotros, sin duda armados hasta los dientes. Juan ladró y se lanzo a por ellos esquivando por los pelos las balas que iban dirigidas a su cuerpo desnutrido, mientras que el chaval que me ayudó que se llamaba Miguel empezó a disparar con su pequeño revolver,  mientras que yo buscaba la forma de sacar a los tres vivos de allí.

De repente se me ocurrió una idea. Mientras que Juan zigzagueaba entreteniendo a los guardias y Miguel les hacía frente con su revolver, aproveché para coger una de sus armas con cogí toda la munición posible y corrimos desesperadamente, hasta que dimos con la salida. Nos alejamos de allí y nos escondimos en un edifico desde el que podíamos vigilar a nuestros perseguidores. Desde nuestro escondite vimos al hombre trajeado, con  una pistola Makarov en la mano, dando órdenes a sus ayudantes para que se dispersaran y nos buscaran. Cuando ya nos dábamos por muertos, se volvieron a juntar para subir en varios coches y buscar por otra parte.

Me quedé con un montón de preguntas sobre este grave malentendido. Nunca supe de qué documentos se trataba, ni quién era aquel hombre de traje elegante y mirada helada. Ahora que he escrito esto y lo he publicado, tengo miedo de que me descubran y me maten. Estoy escondido leyendo las noticias, deseando que no aparezca el cruel hombre que casi comete un gran error asesinándome, esperando a que todo acabe. Estoy "justo debajo de la puerta del baño sur de la cárcel de Guantánamo en Estados Unidos" un lugar,  en el cual no miraría nadie.
     

David Martín

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