El parásito
Pablo Villalobos (1º ESO)
Vanesa Panic nunca fue demasiado valiente. Así que cuando la nave aterrizó en el espaciopuerto de aquel perdido planeta, comenzó a temblar de miedo. El capitán de la expedición, además, sentía una mal disimulada antipatía hacia la mayoría de los tripulantes.
Los habían mandado a ese planeta, porque hacía unos días se había perdido la comunicación con el grupo de científicos que investigaban cerca de aquella ciudad. Como ésta aún estaba en construcción, los pocos encargados de proteger la colonia no eran suficientes para mandar su propia expedición.
Vanesa era la mejor desactivando barreras informáticas de todo el servicio de inteligencia galáctico, así que quién mejor que ella para desbloquear los sistemas de seguridad del centro de investigación.
-¡Daos prisa, tenemos que tener todo listo en dos horas!- tronó el capitán.
Vanesa estaba a punto de ir a hablar con éste cuando llegó un funcionario del gobierno de la colonia. Se acercó para escuchar lo que decía.
-Capitán, no tengo mucho tiempo así que le diré todo lo que sabemos. Los investigadores pidieron ayuda militar “para prevenir posibles accidentes”, según dijeron poco antes de perder la comunicación, así que nos tememos lo peor…-
Vanesa no escuchó más, ya que en ese momento terminaron de descargar el equipaje y fueron al campamento para descansar del viaje.
Al día siguiente, partieron hacia el centro de investigación en una nave de desembarco.
-No podré llevarles hasta el edificio, porque tiene un campo electromagnético alrededor que inutiliza los vehículos- les dijo el piloto.
-No importa, déjenos lo más cerca posible e iremos andando-contestó el capitán.
La idea de tener que caminar por la jungla de aquel planeta casi totalmente salvaje hizo que los cincuenta miembros de la expedición temblaran de miedo.
La nave aterrizó en un claro, y rápidamente cuarenta personas salieron de ella con las armas apuntando a la maleza. Después salieron el capitán, Vanesa y los médicos, científicos e ingenieros de la expedición. La nave despegó y se fue volando.
La marcha no tuvo incidencias, salvo algún movimiento entre los árboles. De repente, al llegar a la cima de una pequeña colina, vieron el edificio, alrededor del cual se veía una fina línea blanca. Se acercaron a una gran caja metálica con una pantalla que estaba justo en el borde de la línea.
-Es un campo de energía, pero no es uno cualquiera. Es de contención: se puede entrar, pero no salir- dijo Vanesa mirando la pantalla- los investigadores no querían que algo escapara-
-Desactívalo- ordenó el capitán.
-Ya está- contestó Vanesa tras pulsar unos botones.
La línea brillante se desvaneció y, cuando se acercaban al edificio con las armas listas para disparar, apareció un extraño ser de color verde oscuro parecido a un humano que se abalanzó sobre ellos con un grito. Alzaron las armas y dispararon, pero el rayo de partículas apenas le hizo una quemadura. Tras más de diez disparos por cada arma, el ser cayó al suelo, medio desintegrado.
-¿Qué es eso?- preguntó Vanesa.
-No lo sé, pero es casi inmune a nuestras armas atómicas- contestó el capitán.
Dejaron a diez hombres vigilando la entrada y empezaron a inspeccionar el edificio.
-Hay que llegar a la sala de control, allí habrá un plano de las habitaciones- susurró el capitán.
Oyeron un ruido y se metieron en una habitación grande para esconderse. Estaba llena de mesas con probetas y ordenadores y había un armario metálico con una placa llena de números. Vanesa lo abrió con facilidad y se le heló la sangre al ver lo que había dentro: una cabeza nuclear de tipo CB 46. La radiación que emite aniquila toda forma de vida. Sólo se usaban cuando había riesgo de una epidemia de algún virus muy peligroso. Pero, en caso de que hubiera riesgo biológico, ¿por qué no la detonaron?
Tras matar a otros tres seres verdes que causaron la muerte de cinco personas, llegaron por fin a la sala de control. En ella estaba el cadáver de un científico, lleno de bultos de color verde. Tenía el detonador de la bomba en la mano. Vanesa lo cogió y se lo guardó en el bolsillo cuidadosamente.
-Abre el plano y desconecta los sistemas de seguridad- ordenó el capitán a Vanesa, acercándose a los botones y pantallas.
Estaba en ello, cuando el cadáver empezó a levantarse, ahora totalmente hinchado y de color verde. Cogió por sorpresa a los que estaban vigilando y los mató a todos lanzándolos contra la pared. Golpeó el panel de control y Vanesa salió despedida por la explosión. Cayó sobre algo duro y lo cogió mientras los demás disparaban al cadáver. Era una placa de datos. Cuando acabaron con el cadáver, abrió su contenido y una pantalla holográfica se alzó ante ella: el diario de los investigadores.
Al parecer habían estado estudiando un parásito que atacaba a las personas inutilizando su sistema nervioso y haciéndolas matar todo lo que había a su alrededor y endureciendo la piel hasta hacer al huésped casi invencible. Descubrieron la vacuna pero al aplicarla el parásito escapó, infectándolos a todos. El último investigador se había encerrado en aquella sala y había escrito la última parte del diario antes de morir.
Vanesa se lo explicó todo al capitán y a los restantes dieciséis hombres supervivientes.
-Eso explica por qué no detonaron la bomba. No querían destruir la vacuna porque pensaban que alguien la conseguiría- dijo Vanesa.
-Bien, entonces cojámosla, detonemos la bomba y larguémonos de aquí- contestó el capitán.
Vanesa desactivó el campo electromagnético y fueron a la sala donde guardaban la vacuna sin problemas. Subieron al tejado y contactaron por radio con la ciudad pidiendo una nave de rescate.
Pero no iba a ser tan fácil. De repente aparecieron seis de los hombres que habían dejado en la entrada, verdes e hinchados. Vanesa gritó, alzó su rifle de rayos atómicos y disparó. Los cuerpos apenas se inmutaron. Los hombres que quedaban lanzaron granadas de plasma que se pegaron a la cabeza de los cuerpos infectados, reventándolas.
La nave llegó y las doce personas que quedaban subieron a ella. Mientras volaba de regreso a la ciudad, Vanesa vio a cuatro personas infectadas del parásito corriendo detrás de la nave. Se lo dijo al capitán.
-Si llegan a la ciudad morirán millones de personas-
-Detona la bomba- contestó el capitán, impasible.
Vanesa apretó el botón, cerrando los ojos y deseando estar suficientemente lejos. Se oyó un ruido que casi le revienta los tímpanos y después la nave dio unas sacudidas y cayó en picado. El impulso electromagnético había hecho fallar todos los sistemas eléctricos haciendo estrellarse a la nave, de la que salieron el piloto, Vanesa, el capitán y otros cinco supervivientes.
-Estamos a unos diez kilómetros de la explosión, y a unos tres de la ciudad- dijo el piloto.
-Afortunadamente, la onda expansiva sólo alcanza ocho kilómetros y la radiación tardará cuatro horas en llegar aquí- contestó Vanesa.
Llegaron a la ciudad y, tras enviar la vacuna a la capital de la galaxia para examinarla, sembraron los alrededores del centro de investigación de cabezas nucleares para matar cualquier resto del parásito. Esa zona fue determinada como zona de exclusión por riesgo biológico y radiactivo y se colocaron vallas electrificadas en quinientos kilómetros a la redonda.
Y nada volvió vivo volvió a crecer allí hasta después de mucho tiempo.
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